No. 17
(mayo-junio
de 2003)

 

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¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola?

Agustín del Moral Tejeda

Difícil imaginar dos personalidades más encontradas que las de Juan Rulfo y Juan José Arreola. Su actitud frente a la vida, sus relaciones con el mundo, sus lecturas, gustos y preferencias, sus influencias, su apuesta literaria, su estética y su obra misma los colocan en los extremos de la imagen que, cuando menos a lo largo del siglo XX, los escritores mexicanos se forjaron de sí mismos.

Discreto, reservado, parco, celoso de su intimidad, ajeno al mundillo literario, reacio a los reflectores, excéntrico en sus lecturas y sus gustos, apegado como pocos a sus raíces, inscrito con plena conciencia en la corriente realista, entre 1953 y 1955 Rulfo entregó a la imprenta una colección de cuentos y una novela que, como bien apunta Federico Campbell, parecen orientadas por la sentencia con que Cyril Connolly abre La tumba sin sosiego: "La función genuina de un escritor es producir una obra maestra y ninguna otra finalidad tiene la menor importancia". Después de ese par de libros breves, abriendo apenas un pequeño paréntesis para publicar un espléndido guión cinematográfico, Rulfo guardó un silencio sobre el que mucho se ha especulado pero que en los hechos se tradujo en su alejamiento total -o casi- de la escritura.

Extrovertido, de verbo fácil y desatado, siempre dispuesto a hacer de la palabra un artificio y una enseñanza, afecto al contacto social y a los aparadores, creyente en la amistad como en un compromiso que se refrenda con el trato de todos los días, abierto a lo mejor de la literatura universal de todos los tiempos, de vasta y variada cultura, adscrito a la corriente fantástica, entre 1949 y 1971 Arreola entregó a las prensas cuatro libros de "invención varia" (como le gustaba decir) que, sin lugar a dudas, se encuentran entre las mejores páginas de la literatura mexicana del siglo XX. Antes, durante y después de la escritura de esos libros, respondiendo a sus inclinaciones y sus dotes teatrales, Arreola hizo de su persona una de las figuras públicas más visibles y extravagantes del medio cultural mexicano.

Difícil imaginar que entre estos dos individuos de personalidades tan encontradas haya habido una amistad. Y sin embargo, la hubo y la hubo de toda la vida. Varios hechos concurrieron para que la misma se diera: el ser originarios de la misma región de Jalisco, el que sus respectivas familias mantuvieran lazos de amistad que databan de tiempo atrás, y el que ambos formaran parte de una misma generación, lo mismo en términos cronológicos que en términos literarios. Dos factores, sin embargo, parecen haber apuntalado y singularizado esta larga relación de amistad: la inclinación que ambos sintieron por la literatura, primero como lectores luego como escritores, y los frutos que esta inclinación dejó en términos de una obra sólida y definitiva.

Es precisamente de esta amistad de toda la vida de la que Vicente Leñero parte para entregarnos ¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola? El origen de este nuevo título es una entrevista que el propio Leñero, Armando Ponce, Federico Campbell, Juan Miranda y, como ajedrecista invitado del autor de La feria, Eduardo Lizalde le hicieron a Arreola el 23 de enero de 1986, dos semanas después de la muerte de Rulfo. El recuerdo fresco de Rulfo y la memoria igualmente fresca de Arreola se combinaron para desatar una serie de recuerdos, añoranzas y confidencias, primero sobre Rulfo, luego sobre la amistad entre ambos y sus respectivas obras, y finalmente sobre el ambiente cultural que prevalecía en el México de mediados del siglo XX.

Dos son las lecturas que se pueden hacer de ¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola? En un primer momento, como testimonio de una amistad; en un segundo, como obra de teatro.

De Rulfo se ha dicho prácticamente todo. Como bien señala Federico Campbell, de él "se han escrito más páginas de interpretaciones y glosas que las que suma su obra completa". Escasos son, sin embargo, los testimonios de primera mano que de la mecánica de creación rulfiana tenemos. De obra breve, Rulfo también fue breve en sus reflexiones sobre su propia obra: apenas una que otra entrevista perdida aquí o allá en algún periódico o alguna revista. Autor de dos libros clave de la literatura mexicana de todos los tiempos, siempre tendremos curiosidad, sin embargo, por saber en qué fuentes abrevó, cuál fue su formación, dónde está el origen de su obra, lo mismo en términos de lecturas e influencias que en términos de sugerencias e, incluso, de "regalos" de los amigos. En ese sentido, las palabras de Arreola, su amigo, tutor, lector y correligionario de toda la vida, son unas palabras de un gran valor testimonial y, por lo que hace a la historia de nuestra literatura, de un gran valor histórico.

A través de ¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola? confirmamos algunas cosas que ya sabíamos o nos enteramos de otras que desconocíamos: que el encuentro entre ambos se dio en Guadalajara a fines de 1943; que Efrén Hernández, Jean Giono, Marcel Aymé y, por supuesto, William Faulkner se encuentran entre las influencias más visibles sobre la obra de Rulfo; que Rulfo siempre reconoció que Arreola le enseñó a leer; que Arreola siempre fue uno de los primeros lectores de los manuscritos de Rulfo; que luego de la aparición de El llano en llamas hubo intentos por enemistarlos; que Arreola impulsó a Rulfo a entregar Pedro Páramo "en su aspecto fragmentario", para luego convertirse en el principal promotor de su publicación; que El gallo de oro fue una historia que Juan Figueroa le contó a Arreola y que éste le regaló a Rulfo (si bien, acota Arreola, "Juan no lo aprovechó"); que Rulfo, Arreola y El Indio Fernández elaboraron el guión de una película que se rodó en Guatemala bajo el título de La paloma herida; que Rulfo tenía a Arreola como "el más benigno de los amigos y el mejor de los escritores"; que la última vez que se vieron fue en Buenos Aires.

Por supuesto, como en todo testimonio elaborado a partir de apreciaciones personales, hay afirmaciones con las que podemos estar de acuerdo y afirmaciones con las que no. En lo personal, me parece por lo menos discutible afirmar, por poner un solo ejemplo, que "Macario" tenga sus fuentes en "El Goliardo", uno de los apartados de La cruzada de los niños, de Marcel Schwob.

Pero el fino y agudo olfato teatral de Vicente Leñero le hizo sentir que, además de un valioso testimonio histórico, la entrevista a Juan José Arreola era, casi de manera natural, una representación teatral. Todo estaba ahí conjugado para, luego de los ajustes correspondientes (ajustes de los que el propio Leñero da cuenta al final del libro), contar con una obra de teatro en forma: la frescura de la entrevista, la personalidad "teatral" de Arreola, la "escenografía" que suele servir de telón de fondo a los bohemios encuentros entre intelectuales, la importancia de los "personajes" ahí reunidos.

De esta manera, si bien Leñero parte de una idea-eje: para entender la literatura de Arreola y Rulfo hay que entenderlos como una sola unidad (a los dos escritores, a las dos corrientes, a los dos amigos-enemigos), no estamos ante una entrevista "formal", con un guión preestablecido al que deben sujetarse los entrevistadores y el entrevistado. Estamos, más bien, ante una conversación que fluye libremente, que se va armando por sí sola conforme, aquí y allá, ora en boca de uno ora en boca de otro, van surgiendo las preguntas, las respuestas, los comentarios, las ideas, los temas. Esto le concede a la obra de teatro un aire informal, fresco, espontáneo, el aire de una plática entre seres humanos que, más allá de estaturas y pedestales, bromean, alburean, sueltan "malas palabras", hacen comentarios mordaces y se confían secretos que, en otras condiciones, bien podrían haber dado pie a escándalos de importantes magnitudes.

Y en medio de esas seis personalidades, destaca la personalidad siempre "teatral" de Juan José Arreola. De manera inevitable, uno va leyendo la obra de Leñero y uno va viendo a Arreola en esa imagen a la que tanto nos acostumbró: en movimiento incesante, dirigiendo la mirada a uno y otro lado, gesticulando, agitando los brazos, acomodándose el cabello rizado. Sólo le resta a uno imaginárselo con su sombrero de bombín, su bufanda y su saco de pana, acaso encima de un chaleco o un suéter.

Y para rematar la obra, la escenografía ad hoc: el ajedrez (de hecho, la entrevista se desarrolla a la par que Arreola y Lizalde juegan una partida que al final se queda inconclusa), el vino (lo mismo blanco que tinto), el librero, el teléfono desconectado (para evitar interrupciones), y la grabadora (cuyo encendido señala, al mismo tiempo, el inicio de la obra).

"No hay otra herida en la realidad por la cual podamos escapar más impunemente a la muerte que la amistad", ha escrito Jorge Aguilar Mora. Con su amistad de toda la vida, Rulfo y Arreola parecen confirmar esta sentencia. Esa amistad, insisto, se vio apuntalada y singularizada por la inclinación que estos dos amigos sintieron por la literatura. También a través de esa herida escaparon a la muerte. De esas heridas imbricadas, la amistad y la literatura, habla ¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola?, sin duda un acierto más de Vicente Leñero y un acierto más de la Editorial de la Universidad Veracruzana, que ahora lo lista en su colección Ficción.

 

Vicente Leñero. ¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola? Colección Ficción, Universidad Veracruzana, Xalapa, 2002, 60 págs.

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