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Fidel Castro Ruz/ Presidente de Cuba Revolución sin lucha armadaSobre el conflicto en Chiapas, el mandatario cubano aclara que su gobierno no entrenó militarmente al Subcomandante Marcos para emprender una revolución en Chiapas. Argumenta que el momento actual no es propicio para la lucha armada. ‘El mundo se globaliza. Nosotros no podemos estar predicando lo que predicamos hace 30 o 35 años’. Por Luis Vázquez, Reforma/Suiza Ginebra.- Chiapas y la pertinencia de lucha armada en el mundo contemporáneo fueron algunos de los principales temas abordados por el presidente cubano Fidel Castro Ruz durante una conferencia de prensa, en el contexto de su visita a Suiza con motivo de las celebraciones de 50 aniversario de la Organización Mundial del Comercio. —Se afirma que el subcomandante Marcos fue entrenado militarmente en Cuba. ¿Puede confirmar o desmentir este dato? Y, por otro lado, ¿qué futuro le ve a los movimientos revolucionarios que se han manifestado en varias partes de América Latina, una vez que ha finalizado la Guerra Fría? —¡Agua, por favor! Ha empezado por la pregunta más difícil. Hemos entrenado en Cuba a mucha gente. Pero no a Marcos. Y prácticamente a ningún mexicano. Bueno, sí. A uno que vino con nosotros en la expedición de Granma. Era un mexicano que vino a Cuba. Pero actuó internamente, nunca fuera de Cuba. Porque mantuvimos un respeto total y recíproco entre México y nosotros. Fue el único país que no se sumó al bloqueo. Fue el único país que no le hizo la guerra a Cuba. De manera que no hicimos entrenamiento de ningún tipo. Yo pienso que Marcos es un revolucionario sin la menor duda. El responde a las exigencias del concepto que tenemos de un revolucionario. Un revolucionario es alguien que quiere cambiar una situación social, de alguien que lucha por una causa en la cual cree. En este caso, la causa son los indígenas. Utilizó los procedimientos de la lucha armada. Esos se deben utilizar a lo largo de la historia. Ahora, esa lucha armada duró realmente poco. Podríamos decir que fue en cuestión de días que se mantuvieron armados. A partir de ese momento, a mi juicio, se convirtió en una gran batalla política. Marcos, a mi juicio, no lo he conocido personalmente, he leído bastante lo que ha publicado la prensa, he leído sus escritos, he leído incluso la carta que le envió a Le Monde para tratar de entender cómo piensa. Y es, incuestionablemente, un gran comunicador. Parece un hombre firme que ha mantenido sus ideas, las ha defendido y las ha defendido inteligentemente. No ha vuelto a utilizar las armas porque, indiscutiblemente, la correlación de fuerzas no le favorece en absoluto. Y él descubrió el arma de la comunicación y el arma de las ideas. Y, con ellas, ha estado luchando. Yo no recomendaría la lucha armada. Sobre eso hablé recientemente. Ha habido dos épocas, la época en que surge la revolución cubana y la época actual. Esto no niega que pueda haber casos y circunstancias aisladas en que algunos movimientos políticos se vean obligados a recurrir a las armas. Quiero decir con esto, que, en cierto momento, fue un método de aplicación universal en muchos países del Tercer Mundo, no lo es hoy. ¿Qué quiero decir? Partiendo de nuestra propia experiencia en Cuba, mi propio país, muy próximo a Estados Unidos, muy dominado por Estados Unidos, eran tales las condiciones objetivas que fue posible concebir el desarrollo de una lucha armada. Yo, personalmente, sí había pensado desde muy temprano, desde que era estudiante, que aquella sociedad estaba diseñada para preservar los privilegios de las clases dominantes. Y que una revolución había que hacerla por vías distintas, es decir, pensaba, de una manera muy sencilla, que la revolución había que hacerla desde el poder. Es una primera concepción. Luego fue una idea clara. Teníamos nuestras tradiciones de lucha por la independencia, bastante crecientes. En los años 50 habían pasado una decena de miles de años desde el final de nuestra lucha por la independencia contra el dominio español. Habíamos sufrido la intervención de Estados Unidos, etc. Y aquello nos dio la idea de que podíamos luchar. Por eso elaboramos la concepción de la lucha armada. Bien. La historia demostró que teníamos razón, de que existían las condiciones objetivas. Frente a criterios de que no era posible, hasta frente a la teoría que creo que fue musolinesca, de que “una revolución se podía hacer con el Ejército o sin el Ejército. Pero nunca contra el Ejército”. Y nosotros hicimos una revolución contra el Ejército a partir de cero. Bien, en América Latina, existían condiciones 10 veces superiores a las de Cuba para hacer una revolución como la de Cuba. El Che comprendió eso. Todos comprendíamos eso. Porque nos iniciamos, como revolucionarios, pensando en Cuba y pensando en América Latina como una gran familia. Y, durante un largo periodo, vimos aquella posibilidad de que, en América Latina, tuviera lugar una revolución como Cuba. Y pienso que aquello habría cambiado el curso de la historia. Vino, pocos años después, lo de Vietnam. Vietnam demostró que se podía derrotar a las fuerzas imperialistas. Entonces, creíamos que ese era el camino y pienso que teníamos razón. Que se podía hacer una revolución en América Latina, como en Cuba, y estoy convencido de que habría cambiado el curso de la historia. Pero no es hoy lo que predicamos. Ha cambiado el mundo mucho. En estos tiempos no sólo han cambiado las tecnologías de la lucha, los medios, incluso; sino que han sufrido posibilidades nuevas. El mundo se globaliza. Nosotros no podemos estar predicando lo que predicamos hace 30 o 35 años. Cuando el Che Guevara fue a Bolivia, no fue a realizar cosas de idealistas. Sino que, partiendo de la experiencia que vivió en nuestro país, estaba convencido de que, en Sudamérica —la que conocía muy bien— se podía hacer una revolución como la de Cuba. Y aquello era posible. Algunos pintan al Che como un idealista. El Che era un hombre, sí, soñaba, como todos los revolucionarios, era un hombre de pensamiento, era un hombre de acción. Era un hombre muy realista. Y partía de las posibilidades reales de hacer una revolución. Aquellos tiempos, realmente, han cambiado. Hoy no podríamos estar predicando la lucha revolucionaria de ese tipo, en América Latina. Hoy hay que pensar en una lucha de carácter universal. Hoy, las masas van a jugar un papel importantísimo. La conciencia va a jugar un papel importantísimo. Se abre paso, a pesar del dominio avasallante, de los medios de comunicación, por algunas potencias. Fíjate cómo nación y crece el movimiento de los problemas del desempleo aquí y allá. De los hombres sin tierra. ¿Qué hacen en Brasil, por ejemplo, los hombres sin tierra? Ocupan las tierras. ¿Qué están empezando a hacer las familias sin casas? Ocupan las casas que están esperando por un cliente que tenga dinero para pagarlas. Ocupan las casas. Las masas se organizan, hacen huelgas, hacen manifestaciones, hacen resistencia. A medida que se desarrolle una conciencia, en el mundo del futuro —que no es éste el mundo idealizado que nos pintan— las masas son las que van a jugar el papel decisivo y la conciencia va a ser el elemento decisivo. Y no las armas. Estamos pasando una etapa en la que las armas podían resolver, a otra etapa en que la conciencia de las masas, y las necesidades de la historia y las ideas son las que va a hacer cambiar al mundo. Artículo tomado del periódico Reforma, 21 de mayo de 1998. |
Directores: Héctor Díaz Polanco y Edgard Sánchez Ramírez. Coordinación Editorial: Ana María Hernández López. Consejo Editorial: Jesús Escamilla, Fernando Bazúa, Consuelo Sánchez, José Martínez Cruz, Nellys Palomo, Sergio de la Peña (+), Margarita Gutiérrez, Diseño Editorial: Andrés Mario Ramírez Cuevas. |
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